viernes, 16 de mayo de 2014

Habitación

Las persianas del hotel
se mueven y hacen ruido
a madera vieja y seca.
Entra la luz del día
pasa por las cortinas.
Vemos rosada la pared.
Despertás y sin dejar de abrazarme
tu boca se queda quieta, sobre mi nuca.
Abro los ojos
sostengo la respiración
quiero que se empalme con la tuya.
Afuera hay mucho viento
en este lugar del oeste con laguna.
El cuadro de los caballos
se ilumina.
Son cuatro y corren en paralelo
dos y dos
y bordean un río.
Sabemos que afuera
están las montañas y los pinos
que vendrá en un rato mucho sol
que hasta las 11 hay desayuno
que probablemente ya solo quede café.
Suena una radio en el pasillo
una mujer tararea una melodía
que no logramos distinguir
-el hotel a esta hora
ya debe estar casi vacío-
es el único sonido que oímos
en esta cama nueva que nos contiene.
Las sábanas huelen a perfume
concentrado de rosas
y el calor nos humedece
de a poco la piel.
Para salir deberíamos ducharnos, digo.
Afuera está el lago.
Pero todavía ninguno se mueve.
Durante el viaje en la ruta
el colectivo nos llevaba
nosotros íbamos quietos.





  

sábado, 10 de mayo de 2014

Nacimiento

Le pregunté a la abuela
por el día de mi nacimiento.
¿Qué hacías cuando tu hija
se convertía en madre?
Ella se acomoda el volado
de la camisa de domingo
ese azul, ahora gastado
por el sol de las tardes
sentada en la vereda.
Hace un movimiento con los ojos
uno que no puedo seguir
se queda quieta en la virgen
esa, que cambia de color
con el clima.
La virgen está violeta
es la humedad, va a llover.
Me acuerdo
del día en que me enteré
que al nacer mamá
la abuela casi se muere.
La partera se asustó
mamá nació en una sala de hospital
y la abuela temblaba.
Me contaron que el médico
le preguntó a mi abuelo
a quién salvamos
a las dos, respondió.
Claro que a las dos, dijo
como excusándose.
Y cada vez que lo cuenta
es lo mismo.
Como si aún tuviera
una culpa
por haber tomado
ese riesgo ineludible
de quererlo todo. 

domingo, 4 de mayo de 2014

Trampolín


Desde la ventana del colectivo
al llegar a la ciudad
veo cruzando el cielo un avión.
Es temprano
y su contorno se mezcla
con el blanco de la niebla.
Me detengo a mirarlo pasar
la ruta avanza
el cielo también.
La línea que deja
es una escarcha
que dibuja trazos
que son rastros
en medio de la velocidad.
La superficie lisa
cada vez más celeste del cielo
me recuerda la vista
del agua desde el trampolín.
Mi hermana ya en la pileta
el club casi vacío a esa hora
y yo con el miedo
entre el vapor y la humedad.
Estoy en el borde
a la espera del salto
que no suene el silbato aún
miro el agua, la veo tan cristalina
y abajo
los azulejos brillantes
y ese calor en el cuerpo
ese calor de la proximidad.
Detenida, puedo ver hasta el aire
sobre mi piel
como lo hondo de una tormenta
que enciende el cielo
o la estela

del salto de un avión.