Vos de espaldas
cargabas una pala
con la que íbamos a cavar el pozo.
Yo callaba
y el sol pulía el suelo,
más espeso que la bruma
ese polvo del aire.
En mi mano derecha
puño cerrado
pinza firme,
estaban las semillas.
Después de cualquier muerte
para sobrevivir,
hay que enterrar vida.