A esta hora de la mañana
no hay nadie en la calle
salvo una o dos bicicletas
que van lento
salvo ese carro de caballos
que recién pasa
salvo las macetas
que sobreviven al invierno.
Paso por la puerta de una escuela.
No es la 63 de la calle Vicente López
no puede serlo porque estoy en otra ciudad.
Es otra escuela pero la puerta
es casi la misma
los barrotes pintados de amarillo
el patio al frente.
La abuela el otro día dijo
mientras mi hermana y yo
la mirábamos abrir los ojos
como si estuviera viendo
una virgen llorar,
que los actos escolares
le llenaban el alma.
El pecho de mi abuela se
abre
ella tuvo el alma llena
como un globo.
Siempre en primera fila
el peinado de rulos y
fijador
impecable.
Mamá sacando fotos
con esa cámara vieja
que hacía ruido con el
flash.
Yo vestida de patria
el pelo suelto
y un gorro de papel crepe.
En ninguna de las fotos
miro a la cámara.
Estoy seria, con la mirada
perdida
sobre las tablas de madera
del escenario en el
gimnasio escolar.
Al lado mío está Jesica
tan alta que no me acuerdo
del color de sus ojos.
No hay nadie en la calle
a esta hora de la mañana
solo esta luz pálida
sobre el carro vencido de
los caballos
su madera resplandece
como el alma llena de mi
abuela.
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