Ya no recuerdo sus ojos
pero sí
cómo la luz de la mañana
le daba justo en las pupilas.
La foto colgada
ahí, en el cuadrito sobre el
sillón
con mantas de flores
de la casa de mis abuelos.
Ese cuadrito
lo armamos con mi hermana
como regalo
para una de las primeras
navidades sin ella.
A la hora de la siesta
fuimos a la caja de fotos
y elegimos varias.
Queríamos usar todas
en las que mamá sonreía.
El cuadrito quedó como un collage
de imágenes de verano.
En algunas de las fotos
mamá aparece con papá
él la mira, ella
apenas le toma la mano
y su mirada no va al foco de la
cámara
sino hacia algún otro lugar.
En otras está con la abuela en la
playa
las dos usan lentes de sol
enormes color carey.
Hay una en la que mamá
está sentada con el abuelo
en sillas grandes de jardín
en la entrada de la casa.
Ahí jugaban a elegir un color
y contar los autos que pasaban
del color de cada uno.
Ganaba quien más autos sumara.
El abuelo me dijo
que su secreto era
elegir siempre el blanco.
Hay más autos blancos
que de cualquier otro color.
En la foto de los ojos
está ella en el patio
con una camisa roja suelta
y unos jeans claros
está bailando al lado de unas
rosas
que casi la abrazan.
En los ojos retiene algo
en el centro, un punto blanco
eso, que no se pierde nunca.
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