No
te había contado
del
día en que vi un muerto
por primera vez,
por primera vez,
hasta
que vino la escarcha
a mostrar
su filo
su
marca tiesa.
No
había dicho nada
de
ese miedo acorralado
como
un lobo al acecho.
Y
no llegó a ser una hora
el
tiempo
que
nos tuvimos ahí sentados
uno
frente al otro.
Vos
me mirabas
como
quien mira algo ajeno.
Ninguno dijo la palabra fin.
Ninguno dijo la palabra fin.
Medí
el tiempo
con
la luz que daba
sobre
los árboles,
que seguía
siendo la misma.
Había
entre nosotros un cuerpo vacío.
Pudo
ser una despedida
y no la vimos.
Nada
de lo que vivíamos
se
parecía ya al dolor
y
eso también dolía.
Aunque
tengamos esa luz
en
las plantas
más
rojas de junio,
esa
luz sobre el jardín de adentro,
tampoco
morimos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario