Llegamos al valle.
Hay que subir la montaña
después de pasar el sendero
por el que nos llevó la
camioneta
que nos levantó en la ruta.
Yo no sé quién soy
entonces no pregunto adónde
vamos,
me dejo llevar.
El cielo está despejado
y el sol retumba
sobre el camino liso de
tierra seca.
Todo es dorado a esta hora
de la tarde.
Somos varios los que vamos
hacia la montaña
algunos de los chicos están
desnudos
bajo esas toallas anudadas a
la cintura.
Yo disimulo, mi piel está
roja
cada vez más roja
pero pienso que es parte
de la entrega a la
naturaleza.
Es solo naturaleza, me digo.
Caminamos durante un rato
largo
el suficiente como para
perder
la noción del tiempo.
Vas adelante y ya no veo
ni el contorno de tu
espalda.
El calor sube por la tierra
y empaña el horizonte.
La montaña está adentro de
otra montaña.
Cruzamos unos troncos sobre
el río.
Tengo tanto miedo de que me
lleve la corriente
pero veo el suelo de piedras
plateadas
y las piso con fuerza, me
sostengo.
El agua de la cascada
cae como si cayera sin tocar
nunca nada.
Hay que meterse por debajo
de un túnel
detrás de la piedra más
grande
y ahí, adentro de la montaña
el mundo huele a roca y el
color es terso
y el frío es seco.
Cruzo la caída del agua con
brazadas grandes
el peso del agua me empuja.
Al abrir los ojos mi boca
casi está muerta.
El cielo se abre entre los
árboles.
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