El bagual de las pasturas, salvaje, lo vio.
El caballo de la casa,
domado y tierno, se dejó acariciar
por las mujeres del campo.
El bagual lo vio
la mañana en que se fue,
allá adonde se anula la tierra con el cielo.
El caballo, ahora cimarrón
encontró al salvaje,
al silvestre,
abandonó lo humano y su intención de nombre.
¿Alguien lo lastimó?
¿Acaso cruzó un umbral?
El cimarrón habita por voluntad
en los bosques perdidos,
sin mapa, donde no llega nadie para verlo.
¿Tiene recuerdos el cimarrón?
¿Extraña a alguien?
¿Supo lo que abandonaba?
El único riesgo posible del movimiento
es el rechazo.
Si fuera yo lo salvaje,
si solo dejara que mi cuerpo
pueda ser otra cosa y no una espera.
Si fuera yo lo salvaje,
lo demás, no sería en verdad importante.
Lo verdaderamente importante es esto,
querer huir,
ser cimarrón silvestre
escondida,
bagual sin recuerdos,
cimarrón de lo indecible,
la preciosura
a salvo.
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