viernes, 10 de agosto de 2018

La virgen

Cuando vino el señor de la tienda
a colocar las cortinas,
me pidió que mueva las cosas que tenía sobre la mesada,
la maceta grande, el frasco con cucharas y cuchillos, los cactus el altarcito con piedras
y la virgen.
La miré, era Guadalupe
río de amor,
la que guarda luz, pensé.
Me acordé de la tarde
que la elegí entre muchas piezas de cerámica
que habían tallado las monjas francesas
de la capilla escondida en la montaña
cerca de San Luis.
Él había preguntado
por el retiro en el templo,
si era posible quedarse ahí
en silencio, durante días, en soledad,
que sí, que es posible.
Seguramente él habrá vuelto.
No lo sé.
La virgen me miraba y ya era algo ausente.

La saqué al balcón
después me pareció que seguía estando
adentro de la casa aunque estuviera a la intemperie. Entonces la tomé con las dos manos,
salí al pasillo y la tiré en el tacho de basura,
no sin antes ver por última vez
el angelito que tenía en la base.
Un angelito con campanas y vestido blanco. Acaricié la estatuita,
me despedí de esa que la tomó como amuleto. Ahora,
me quedo frente a este cielo,
que no guarda su luz. 


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